Paulo Botta es especialista en la región de Medio Oriente y profesor titular en la Universidad Católica Argentina (UCA). En esta nota, analiza los motivos detrás de los enfrentamientos entre Israel y Palestina, los intereses políticos de ambos bandos y la posición de Argentina ante el conflicto.

Paulo, si bien este es un conflicto que lleva décadas ¿Qué cree que llevó, en esta oportunidad, a la escalada de violencia? ¿Por qué ahora?
Esa es la pregunta más importante, porque el caldo de cultivo ya existía. Para mi, esto tiene mucho que ver con la política doméstica tanto del lado palestino como del israelí.
En Palestina, sabemos que desde el año 2007 están divididos: por un lado Hamás en la Franja de Gaza y por otro la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Cisjordania, que es la entidad internacionalmente reconocida como representante del pueblo palestino. En las próximas semanas iba a haber elecciones para renovar las autoridades del Consejo Legislativo, pero se dice que el presidente de la ANP, Mahmud Abás, decidió suspenderlas al ver que las encuestas daban ganador a Hamás.
Se trata de elecciones que tendrían que haberse realizado en 2006, pero han sido pospuestas durante más de diez años por diversos motivos. Esto generó mucha frustración, sumado al hecho de que durante Ramadám (el mes sagrado para el Islam) hubo choques con fuerzas policiales en lugares santos, lo que le dio a Hamás la posibilidad de mostrarse ante propios y extraños como verdaderos representantes del pueblo palestino, en oposición a la ANP, vista como corrupta y poco democrática.
Por otro lado, en Israel veo una situación similar. En los últimos dos años el país tuvo cuatro elecciones legislativas y, desde hace por lo menos 25 años, una tendencia clara en su sistema político es la fragmentación. Hoy hay más de una docena de partidos con representación parlamentaria, lo que vuelve a la vida política e institucional muy inestable. Después de la cuarta elección, Benjamín Netanyahu no pudo formar gobierno y todo indicaba que el país se acercaba a una quinta votación. Por lo tanto, la crisis dio una excelente oportunidad a Netanyahu para mostrarse, también ante propios y extraños, como el primer ministro que tiene mano dura y puede controlar lo que está pasando.
Para ampliar: «Escalada de violencia: ¿Qué pasa en Israel?» (Publicado por Victoria Brusa en Statu Quo, mayo de 2021)

Creo que un poco ya respondió mi próxima pregunta: ¿Qué motivó a Hamás a involucrarse en una situación que, hasta ese momento, tenía a Netanyahu en el ojo de la tormenta?
Tanto los unos como los otros hicieron sus cálculos a la hora de involucrarse.
La racionalidad de Hamás se vincula con el poder presentarse como una organización que resiste al poder militar israelí – de hecho Hamás significa «movimiento de resistencia islámica» en árabe – lo que seguramente tendrá sus dividendos. Creo que es una lógica que tiene que ver con afianzar su posición de resistencia y estar en el centro de la política palestina.
Por parte del gobierno de Israel, el dato que me parece más significativo es que un partido de oposición que ya había anunciado una alianza con otros opositores a Netanyahu para formar gobierno, se retiró. Con lo cual, la crisis le dio un poco de oxígeno al primer ministro.
Dejando de lado la crisis humanitaria y el terrible el sufrimiento de la población, ¿Quiénes ganan y quiénes pierden con este conflicto?
Eso es muy difícil de afirmarlo en este momento, porque pueden haber ganancias a corto plazo que después se conviertan en un problema.
Desde el punto de vista estratégico, Israel se encuentra en una situación muy compleja, porque si decide detener las operaciones va a tener que demostrar que alcanzó los objetivos deseados, para que esto no sea entendido como un símbolo de debilidad. Creo que el gobierno hará un esfuerzo muy grande para convencer a la población de que todo valió la pena.
En el caso de Hamás ocurre algo parecido: tendrá que comprobar que esta lucha de resistencia sirvió para algo más que la destrucción de la infraestructura militar y la muerte de centenares de palestinos.

Plantea un escenario peligroso, en el que pareciera que ambas partes buscan la destrucción de la otra. Naciones Unidas advirtió que se avanza hacia una «guerra a gran escala» en la región ¿Cree que es así?
En Medio Oriente, Naciones Unidas y otros organismos regionales demostraron que tienen una gran capacidad para generar y mantener conflictos pero no para resolverlos. Ningún conflicto en la región fue solucionado pura y exclusivamente por la voluntad de una organización internacional.
En ese sentido, que haya una guerra de carácter regional parece difícil porque si vemos el mapa encontramos que todos los países tienen sus propios problemas. Egipto, por ejemplo, enfrenta las discusiones por las represas en el Nilo Alto, una guerra civil en Libia, la competencia por el control del Mediterráneo, la creciente inestabilidad en Chad y una pandemia con más de 100 millones de habitantes. Lo último que quisiera es involucrarse en un conflicto de este tipo.
Otro ejemplo es Jordania, en dónde en las últimas semanas vimos intentos de golpes de Estado y el colapso del sistema sanitario, a lo que se suman los refugiados sirios que se encuentran desde hace años en el país y una negociación en curso con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Por su parte, Siria es un país que está en guerra civil desde hace más de 10 años, mientras que Líbano tiene una situación de inestabilidad crónica y una gravísima crisis económica.
En definitiva, no creo que haya incentivos reales para los estados que históricamente hicieron la guerra con Israel. Ninguno tiene la capacidad militar y política para involucrarse. Además, si algo demostraron los Acuerdos de Abraham del año pasado es que muchos ya no creen en la idea de «hermandad árabe». Ningún país árabe va a involucrarse por Palestina.
Para ampliar: «Acuerdos de Abraham: ¿tratados de paz o jugada geopolítica?» (Publicado por Victoria Brusa en Statu Quo, septiembre de 2020).
¿Y qué pasa con Irán?
Irán también está atravesando varios problemas. En primer lugar, el 18 de junio tiene elecciones presidenciales, algo que hoy ocupa el centro de su vida política. Además, el país nunca se involucró directamente en una operación militar de estas características con excepción de Siria, que generó muchas críticas.
Puede ocurrir que el gobierno iraní aumente su apoyo a Hamás, como ya ocurrió con los hutíes en Yemen o con algunos sectores de la guerra civil siria. Eso es relativamente barato en términos políticos pero hay que tener en cuenta que nada es tan mecánico. Además, Irán y Hamás no tienen la mejor de las relaciones, muchas veces se trató de un matrimonio de conveniencia.
Por otro lado, el país está intentando negociar un retorno al Acuerdo Nuclear, que le permitiría acceder a sumas de dinero, vender petróleo y aumentar transacciones financieras. En definitiva, hay muchas cuestiones vinculadas a la situación política interna de Irán, además de su estrategia regional, que hacen pensar que no sería el mejor de los momentos para involucrarse.

¿Cómo vio el accionar de otras y potencias extra regionales ante el conflicto?
Históricamente, los actores extra regionales llaman al cese al fuego, intentan mediar o manifiestan su intención de ser sedes de una eventual negociación.
Pero en realidad, las potencias que no están realmente involucradas tienen pocas posibilidades de modificar de manera clara el accionar de los protagonistas. En el caso de Israel, es el actor más resiliente porque tiene mayor poder y puede resistir cualquier tipo de presión. Hamás depende de la ayuda exterior para ser viable, por lo que tal vez puede ser más receptivo a presiones foráneas. Pero no todo es tan lineal.
La voluntad internacional existe, porque a nadie le conviene un conflicto a gran escala en la región, pero la situación van a definirla los intereses de los involucrados.
Por último, ¿Cómo evalúa la postura argentina ante esta crisis?
El problema de lectura de la política exterior argentina es que está demasiado teñida de política local. Nosotros vemos el mundo desde nuestra grieta y situación interna y eso es erróneo, porque el mundo es mucho más complejo.
Pese a ser un país periférico, nuestro país tiene un interés particular en el conflicto: se calcula que hay entre 70mil y 100mil argentinos viviendo en Israel. Tomando eso en cuenta, me imagino que muchos sectores esperaban una posición mucho más clara y favorecedora para con Israel; por lo que la declaración de Cancillería les pareció poco.
La política exterior nunca se piensa de manera segmentada o como compartimientos estancos, sino que forma parte de algo integral. La división sólo es en términos analíticos. En este sentido, algunos colegas plantearon en que justo en el momento en el que Estados Unidos afirma su apoyo irrestricto a Israel – y mientras nosotros tenemos una negociación en curso con el FMI – adoptamos una postura contraria. Pero este no es el único caso.
En síntesis, creo que la situación puede reducirse a, por un lado, una expectativa de cierto sector de la dirigencia de una posición más firme y, por otro, a una segmentación de política exterior que nos impide pensar en una estrategia general de inserción internacional.