Carlos Regazzoni es Doctor en Medicina por la Universidad de Buenos Aires (UBA), diplomado en Bioestadística y en Filosofía. Fue director ejecutivo del Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (PAMI) y actualmente es director del Equipo de Desarrollo Humano y Salud Global del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). En diálogo con Statu Quo, analizó la situación de la pandemia a nivel mundial, los cambios en los esquemas de poder internacional y las posibles soluciones a una crisis sin precedentes.

Carlos, me gustaría empezar por preguntarle cómo ve la pandemia a nivel global ¿Cuál es su análisis de esta segunda o tercera ola?
Bueno, Estados Unidos se está preparando para una tercera ola en el verano, que ya está empezando a verse en la región del medio oeste, en estados como Minnesota o Michigan, y en Nueva York. Esto también ocurre en Europa del Este, en países como Polonia, Hungría, Estonia, Letonia y Austria.
Por otro lado, estamos viendo el comienzo de una segunda fase muy fuerte en América Latina y en la India, además de un progresivo aumento de casos en África. Esta última fue la semana con más casos y más muertes desde que empezó la pandemia.
En un contexto en el que la solidaridad global pareciera ser un elemento clave... ¿Cómo evalúa el funcionamiento de los organismos internacionales?
Si bien lo que planteás es cierto, la solidaridad es la segunda prioridad. La primera es evitar el colapso, en el que no sólo se pierden vidas humanas sino que también se producen estragos sociales y económicos, por la saturación del sistema sanitario, los cierres y las restricciones. Entonces, los países saben que no se van a salvar solos. Pero también afirman que si primero no aseguran su situación sanitaria, no podrán asistir a los demás.
¿Ve posible un cambio en el esquema de poder mundial?
Ya cambió, y mucho. Como todos los países occidentales están muy enfrascados en consolidar internamente los frentes sanitario, social y económico; les es casi imposible proyectar su poder hacia el ámbito internacional.
Primero, porque ni siquiera hay ámbitos multilaterales para dialogar una salida solidaria. Pero además, porque no puede proyectarse alguien que ni siquiera exporta vacunas. Hoy, la mayoría de los países productores de vacunas sólo exportan pequeñas cantidades de dosis. El colmo es Estados Unidos, que pese a ser el segundo productor a nivel global tiene prácticamente prohibida su exportación. Ahora también lo está haciendo la India, que es el tercer fabricante del mundo.
Los países están erosionando su base de poder, tanto por las múltiples crisis que sufren en su interior como por la merma de su influencia internacional. Como resultado, seguramente muchos apelarán a la imposición e intentarán mantener su influencia a través del uso de la fuerza. En definitiva, es indudable que está cambiando la composición del orden mundial.

Cuando dice uso de la fuerza, ¿se refiere al poder militar?
Si. Van a incrementarse los conflictos, las sanciones económicas, la imposición de criterios nacionales. Todo lo vinculado con el uso de un poder no debatido y no diplomático aumentará, porque los países están desesperados.
Y a su vez, ¿La pandemia de coronavirus puede ser el inicio de una «ola de pandemias»?
Indudablemente, el empeoramiento de la situación sanitaria, económica y social traerá más enfermedad. Al mismo tiempo, el factor de crecimiento de las enfermedades cambiará la lógica de vinculación de los poderes político y económico con lo sanitario.
Pero más que hablar de oleadas de pandemias por nuevos patógenos, resurgirán con fuerza viejas patologías: el sarampión – por lo que tendrá que re implementarse una campaña de vacunación efectiva contra esa enfermedad – la difteria, la tuberculosis, el sida, el dengue, el chikunguña, el paludismo, todas las ETS y el mundo de las hepatitis. Todas estas enfermedades aumentan a medida que se deteriora la situación social. El mundo se empobrece y la situación sanitaria empeora, es así.
Es como un círculo vicioso de terror… ¿Cómo se rompe?
Con organización social. El Estado es el único capaz de romper ese círculo. Pero ahí viene la otra parte de la pregunta: ¿Qué modo de organización política será capaz de hacer frente a este nuevo mundo?
En la actualidad, hay una conmoción de la organización económica vigente, en la que el mundo es visto como un mercado que accidentalmente tiene unidades políticas. Hasta este momento, éstas últimas eran entendidas como subsidiarias de los intereses de un mercado que era, principalmente, un fenómeno financiero. En definitiva, lo que ocurrirá es una incógnita. Pero no hay dudas de que el modelo se está trastocando.

¿Qué pasa con los mecanismos de coordinación global, como COVAX? ¿Puede llevar a un acuerdo internacional para el futuro manejo de pandemias?
Para que no vuelva ocurrir lo que ocurrió, deberíamos tener un altísimo nivel de gobernanza global, que a su vez requiere de un alto nivel de organización y una comunión de valores compartidos. Sin valores comunes no es posible organizar nada.
De hecho, todas las organizaciones de gobernanza que conocemos hasta el momento son hijas de la segunda posguerra, de los acuerdos de Bretton Woods y de otros principios basados en el triunfo de Occidente y en la promoción de sus concepciones humanas y democráticas. Eso está, en este momento, puesto en entredicho.
Por un lado, la democracia tiene un montón de valores que se han visto conmovidos. Por otro, hay dos actores transnacionales muy poderosos que irrumpieron profundamente a nivel simbólico: las empresas multinacionales y las redes sociales.
Para ampliar: «Diplomacia de las Vacunas: Iniciativa Covax» (Publicada por Guillermina Nicola en Statu Quo, marzo de 2021).
¿Cuál es su opinión respecto a la liberación de patentes de las vacunas de COVID-19? ¿Podría esto ampliar la capacidad de producción y garantizar una distribución más equitativa de las dosis?
Respecto a la vacuna, hay dos problemas: producción y precio. Es decir, son dosis muy caras que se están produciendo por debajo del nivel necesario. ¿Es la suspensión de patentes una solución para ambos obstáculos? Hay que ponerlo en duda.
En primer lugar, porque está demostrado que liberar los derechos de propiedad intelectual (IP) no baja necesariamente el precio. Esto último puede ocurrir inicialmente, pero después – como estamos hablando de un bien escaso – se vuelve a los valores iniciales. Es decir, al principio el precio desciende en un 25% o 30%, pero después se recupera, toda vez que el mercado tiene capacidad de compra y hay competencia.
Si bien yo tengo una simpatía ideológica respecto a que los conocimientos de la humanidad se compartan y sean de libre acceso para todos, lo que necesitamos es que baje el precio de las dosis. La liberalización de patentes, per se, no garantiza ese efecto.
Por otro lado, los expertos son escépticos respecto a la posibilidad de que la liberalización de los IP incremente la producción. Porque no es que no se produce más vacuna por una cuestión de patentes. En realidad, lo que ocurre es que no hay quienes puedan fabricarlas, porque hacerlo es muy difícil y la capacidad instalada ya está saturada. Es decir, hay que crear mayor capacidad de producción y eso es más una cuestión de venture capitals (o capitales de riesgo) que de derechos de propiedad intelectual.

Los líderes y CEOs de las farmacéuticas argumentan que faltan suministros para la producción…
Sí, pero eso no implica que la vacuna se podría vender mucho más barata. Pero es una cuestión de oferta y demanda muy compleja. La cadena también es hacia atrás: como las dosis son caras para el mercado, los insumos son caros para el fabricante.
También hay vacunas muy baratas, como la de Oxford/AstraZeneca que tiene un valor de cuatro dólares la dosis, contra 25, 30 o 40 dólares de las otras. Se puede disminuir el precio, pero cuando prima un espíritu solidario, altruista y non-profit, como fue el caso de la Universidad de Oxford. Pasa por valores éticos, que es lo que está en crisis.
Por último, ¿Cómo ve a la Argentina hoy?
Argentina tiene una crisis sanitaria que está lejos de ser controlada, por lo que la desestructuración de la vida social está lejos de reencausarse. A su vez, eso lleva a un deterioro económico visible.
Cuando salga de la crisis sanitaria llamada COVID-19, en el país quedará la crisis sanitaria provocada por la pobreza y la desatención; el conflicto social que deja el sufrimiento y el trauma social y un daño económico estructural, sumado al problema de la educación.
¿Cómo salimos? Creando organización social a través de instituciones. La gran pregunta que tenemos por delante es si las instituciones formales y reales de nuestro país serán capaces de hacer el esfuerzo necesario. Está en nosotros estar a la altura de la circunstancias.
Excelente abordaje sanitario, geopolítico y económico, desmitificando muchos mitos que se presentan como soluciones propias de un pensamiento cuasi mágico.
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