Si sólo tenés 5 minutos:
- Hace diez años, el mundo árabe experimentó uno de los acontecimientos más importantes de su historia reciente. La inmolación del joven tunecino Mohamed Bouazizi desató una ola de manifestaciones que, tras expandirse por toda la región, logró derrocar a los dictadores de Túnez, Egipto, Libia y Yemen.
- Sin embargo, 10 años después del inicio de la mal llamada primavera árabe, no puede decirse que la situación en Medio Oriente haya mejorado. Con varios países sumergidos en conflictos civiles, sólo Túnez avanzó hacia un proceso de transición democrática, que afronta hoy numerosos desafíos.
Hace diez años, el mundo árabe experimentó uno de los acontecimientos más importantes de su historia reciente. Desde finales de 2010 y a lo largo de todo el 2011, una oleada de masivas protestas populares se extendió por todo Medio Oriente, sacudiendo a dictaduras que habían permanecido en el poder durante más de veinte años.
Una década después de aquel fenómeno – al que periodistas y estudiosos acordaron denominar «primavera árabe» – la región no logró avanzar hacia la democratización política. Asimismo, mientras que estados como Siria, Libia o Yemen aún se ven envueltos en cruentas guerras civiles, otros como Egipto continúan bajo el yugo de gobiernos autoritarios.
La chispa que encendió la revolución
Antes del 17 de diciembre de 2010, Mohamed Bouazizi era un joven tunecino de 26 años que se ganaba la vida vendiendo frutas en el mercado de la ciudad de Sidi Bouzid. Al igual que cientos de miles de jóvenes, Mohammed ganaba alrededor de diez euros al día y experimentaba, de primera mano, la corrupción endémica que azotaba a su país, gobernado por el dictador Zine el Abidine Ben Alí desde 1987.
Con frecuencia, Mohamed era obligado a pagar sobornos que superaban ampliamente sus ganancias diarias, a cambio de obtener un permiso para trabajar en el mercado. Aquel día no fue la excepción: oficiales de la policía local lo interceptaron y le confiscaron su mercadería. Después de insultarlo e intentar robarle su balanza, una de las oficiales, llamada Feida, lo abofeteó y lo empujó sobre su carro.
«Dos policías le golpearon las piernas», relató Samia – una de sus hermanastras – al diario El País. «Nadie le ayudó. Feida insultó al padrastro de Mohamed cuando este fue a recuperar su mercancía al Ayuntamiento y se volvió a encontrar con la funcionaria, que le cerró la puerta. Mohamed dijo que iba a quejarse al Palacio de Gobierno, y la mujer se burló de él», agregó.
Tras salir de la sede del gobierno, ahogado en hartazgo y desesperación, Mohamed compró un bidón de gasolina de cinco litros, se roció a si mismo y se prendió fuego en la plaza principal. Murió días después, el 4 de enero, tras una larga agonía en el hospital.
La muerte de Bouazizi fue la chispa que inició un proceso histórico en las regiones de Medio Oriente y el norte africano, que especialistas y medios de comunicación convinieron en denominar «primavera árabe». Tras su inmolación, cientos de miles de tunecinos salieron a las calles y desataron una ola de protestas que desembocó en la renuncia de Ben Alí el 14 de enero de 2011.
Como un efecto dominó, las manifestaciones se extendieron a países como Egipto, Siria, Libia o Yemen; impulsadas por una serie de reclamos comunes: apertura política, reformas económicas y el llamado a elecciones libres y justas. En un momento histórico, las dictaduras que habían permanecido en el poder durante décadas a fuerza de miedo, violencia y corrupción, tambalearon con ímpetu.
Para Martin Chulov, periodista especializado en Medio Oriente, en aquel momento la convergencia de numerosos factores hicieron difícil el sostenimiento del statu quo. «Las crecientes desigualdades en los niveles de vida, una élite cada vez más impune y una juventud inquieta en rápido crecimiento con poco acceso a oportunidades e incluso menor reparación por agravios, llevaron a muchos a creer que no tenían nada que perder protestando», afirmó en The Guardian.
Un trágico desenlace
Pero al poco tiempo, lo que comenzó como una primavera esperanzadora devino en el más crudo de los inviernos. En Egipto, tras el derrocamiento del dictador Hosni Mubarak, en 2013 llegó al poder un nuevo autócrata: Abdel Fattah Al-Sisi. En Libia, la caída y posterior asesinato de Muamar Gadafi – que gobernaba el país desde 1969 – desembocó en una cruel guerra civil, provocando un desastre de tal magnitud que el país es considerado hoy como un Estado fallido.
De igual modo, en Yemen, tras la renuncia del presidente Ali Abdullah Saleh (posteriormente asesinado por rebeldes Houthis), se desató un conflicto armado en el que se involucraron las principales potencias de la región: Arabia Saudita e Irán, respaldadas por Estados Unidos y Rusia, respectivamente. Desde 2012, la población yemení experimenta lo que muchos consideran como la peor catástrofe humanitaria del siglo XXI. En Siria, el régimen de Bashar Al-Assad continúa en el poder tras diez años de guerra civil, la cual produjo más de medio millón de muertos y cinco millones de refugiados y desplazados.
«Tanto en Siria como en Egipto, la disidencia que floreció en los primeros meses de los levantamientos ha sido aplastada de forma rutinaria y ahora hay mucho más detenidos políticos en las cárceles de seguridad de ambos estados que a principios de 2011», señaló Chulov.
Sólo Túnez, el país en dónde todo comenzó, parece haber seguido un camino de relativo éxito, logrando la sanción de una nueva Constitución en 2014, la introducción de garantías de libertad de expresión y la consecución de elecciones transparentes. Sin embargo, el proceso de transición democrática aún debe consolidarse y superar los obstáculos que plantean la polarización política y la crisis económica.
En efecto, gran parte de la sociedad tunecina experimenta hoy sensaciones de malestar. Según lo reportado por AlJazeera, el aniversario de la primavera árabe encontró a las calles de Sidi Bouzid empapeladas con mensajes de protestas contra el gobierno del presidente Kais Saied, que ganó las elecciones en 2019. «Ni el gobierno ni los gobernados estamos de humor para festejar, porque la sensación generalizada es que al país le está yendo mal», afirmó ante ese medio el analista Hamza Meddeb. La pandemia, por su puesto, no hace más que empeorar la situación.
Más allá del mundo árabe
Pero las consecuencias de la mal llamada primavera árabe no sólo impactaron en Medio Oriente y el norte africano, sino que expandieron por todo el mundo. En Europa, la salida del Reino Unido de la Unión Europea y el auge de partidos populistas de extrema derecha – que poseen una marcada retórica euroescéptica y anti-inmigratoria – derivaron en parte de la crisis de refugiados que experimentó la región en los últimos años.
«La guerra de Irak y la primavera árabe llevaron a [la expansión de] Isis y a la guerra civil siria, que a su vez provocó la crisis de refugiados en Europa, contribuyendo al aumento del populismo en Occidente y el voto del Reino Unido para abandonar la UE», afirmó en este sentido Emma Sky, ex-asesora del comando estadounidense en Irak y miembro superior del Jackson Institute de la Universidad de Yale.
“Recuperar el control de las fronteras para limitar la inmigración fue un factor clave en el Brexit. La guerra de Irak también contribuyó a la pérdida de la fe pública en los expertos y en el establishment. El triunfalismo estadounidense de la posguerra fría se estrelló y se quemó en Medio Oriente. La guerra de Irak fue el catalizador. El fracaso para detener el derramamiento de sangre en Siria es la evidencia «, agregó.
Un balance final
People shout slogans to show their solidarity with the residents of Sidi Bouzid during a demonstration on December 27, 2010 in Tunis. One person was killed and others injured when Tunisia’s National Guard members opened fire on angry protesters in the town of Menzel Bouzaiene over the weekend. The death came as riots and demonstrations against unemployment and poor living conditions entered their ninth day in Sidi Bouzid. Unrest scattered across the region after the suicide attempts of two young persons last week. AFP PHOTO / FETHI BELAID (Photo credit should read FETHI BELAID/AFP via Getty Images)
10 años después del suicidio de Mohamed, es difícil defender la idea de que, en Medio Oriente, la situación mejoró. De acuerdo con un estudio elaborado por The Guardian y YouGov, grandes sectores de los nueve países árabes encuestados consideran que sus vidas empeoraron desde el inicio de la primavera árabe, con porcentajes especialmente altos en Siria (75%), Yemen (73%) y Libia (60%), estados en los que la revolución derivó en conflictos internos y guerras civiles.
Los datos también demuestran una profunda percepción de aumento en los niveles de desigualdad interna, incluso cuando éste fue uno de los factores que desencadenaron la oleada de protestas en 2011. El 92% de los sirios, el 87% de los yemeníes y el 84% de los tunecinos consideran que habitan en sociedades más desiguales que diez años atrás, al igual que un 68% de los egipcios.
Sin embargo, también es cierto que se han producido algunos avances: después de todo, los levantamientos demostraron que las tiranías no son todopoderosas y pusieron de manifiesto el deseo de la ciudadanía de vivir en sociedades más justas y libres. Además, sus consecuencias impactaron profundamente en la política del mundo árabe, tanto en cuestiones ideológicas como institucionales, económicas y de política exterior. «Las fuerzas puestas en marcha en 2011 prácticamente garantizaron que la próxima década será testigo de transformaciones aún más profundas» afirmó Marc Lynch, profesor de la Universidad George Washington. «El Medio Oriente actual sería irreconocible para los observadores de 2010».
Para ampliar: «Life has got worse since Arab spring, say people across Middle East» (Publicado por The Guardian el 17 de diciembre de 2020).
Pedazo de articulo. Fue una oleada de protestas tras la crisis que hizo caer a todo tipo de gobiernos, una pena que fuera tan difícil construir democracias tras todo ello. Y curiosamente casi todos los fracasos tienen que ver con la injerencia extranjera sobre la región.
Me gustaLe gusta a 1 persona