#Cancelled: ¿qué es la cultura de la cancelación?

Si sólo tenés 5 minutos:

  • A comienzos de julio, más de 150 artistas, académicos y escritores – incluyendo figuras como J.K.Rowling, Noam Chomsky o Margaret Atwood – firmaron una polémica carta advirtiendo sobre el deterioro de la tolerancia y el libre debate de ideas en la sociedad contemporánea.
  • Publicada en la revista Harper’s, la carta puso en agenda la llamada «cultura de la cancelación», definida como el ataque hacia el trabajo, la reputación y, en general, la vida personal de un individuo por parte de un determinado colectivo, debido a una supuesta actitud o comentario repudiable o descalificante.
  • Mientras que para unos la «cancelación» es una herramienta que permite a minorías largamente excluidas actuar sobre los temas que las interpelan, para otros consiste en un falso activismo, que aumenta la intolerancia y atenta contra los principios liberales de las sociedades modernas.
Entrevista a Thomas Chatterton Williams, co-autor de la carta publicada en la Revista Harper’s. Fuente:
Amanpour and Company
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A comienzos de julio, más de 150 artistas, académicos y escritores – incluyendo figuras como J.K.Rowling, Noam Chomsky o Margaret Atwood – firmaron una polémica carta advirtiendo sobre el deterioro de la tolerancia y el libre debate de ideas en la sociedad contemporánea. Publicado en la revista Harper’s, el documento puso en agenda – aunque sin nombrarla explícitamente – a la llamada cultura de la cancelación o cancel culture, al afirmar: » la censura se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia de puntos de vista opuestos, una moda para la vergüenza pública y el ostracismo y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una certeza moral cegadora».

Pero ¿qué es la cultura de la cancelación? De acuerdo con la columnista de The Guardian Suzanne Moore, el término cancel culture se originó como un hashtag en la red social Twitter, asociado primero al activismo antiracista de la comunidad afroamericana y luego al movimiento #metoo, que denunció abusos sexuales largamente encubiertos en la industria del cine. Si bien es un tema complejo, sobre el que existen opiniones y argumentos muy diversos, la cultura de la cancelación puede definirse como el ataque hacia el trabajo, la reputación y, en general, la vida personal de un individuo por parte de un determinado colectivo, debido a una supuesta actitud o comentario repudiable o descalificante.

Existen muchos ejemplos sobre el fenómeno. Uno de ellos es lo que le ocurrió al estadounidense Emmanuel Cafferty, que fue denunciado por racismo en las redes sociales luego de que un usuario subiera una foto de él realizando un gesto con los dedos atribuído a los supremacistas blancos, mientras esperaba la luz verde del semáforo con la ventanilla abierta y el brazo izquierdo en el exterior. Según detalló la BBC, al regresar a su casa luego de la jornada laboral Cafferty recibió una llamada de su supervisor para comentarle que había sido denunciado en redes sociales como racista y que, en consecuencia, se lo había suspendido del trabajo. Cinco días después, lo despidieron.

«Así fue como perdí el mejor empleo de mi vida», declaró Cafferty, que afirmó no saber que el gesto – asociado a un «OK» en Estados Unidos – tenía connotaciones racistas. De acuerdo con el medio británico, la Liga contra la Difamación – organización que combate los discursos de odio en el país norteamericano – afirma que el símbolo OK fue adoptado por usuarios racistas a partir del año 2017, aunque de modo general el gesto es interpretado como muestra de consentimiento o aprobación. «En mi caso, no era un símbolo. Solo estaba chasqueando los dedos. Pero un hombre blanco lo interpretó como un gesto parecido al ‘OK’, que sería racista, y se lo dijo a mis jefes, también blancos, que decidieron creerle a él, no a mí, que no soy blanco», aseguró Cafferty, hijos de inmigrantes mexicanos.

Imagen de Cafferty y su supuesto gesto en el vehículo de la empresa que fue compartida por un usuario en Twitter. Fuente: BBC.

Según el columnista de The New York Times, Ross Douthat, la cultura de la cancelación existió desde siempre: en ninguna sociedad un ser humano puede decir o hacer lo que quiera sin afrontar consecuencias en su reputación, vida personal o espacio de trabajo. En este sentido, todas las culturas trazan un límite que permite la condena general de ciertas actitudes. Ejemplos actuales pueden ser el racismo, la homofobia o el anti-semitismo. Asimismo, si bien hoy el fenómeno se asocia a cierta corriente progresista, no es una práctica exclusiva de dicha ideología. De acuerdo con Douthat: «tanto la derecha como la izquierda cancelan, sólo que actualmente la derecha se encuentra demasiado débil para hacerlo de manera efectiva».

Sin embargo, a pesar de que el fenómeno no es nuevo, Internet parece haberlo catalizado y extendido sus límites más allá de lo imaginable. En palabras de Douthat, una persona puede ser «cancelada» por una frase desafortunada dicha frente a un grupo de desconocidos, una broma de mal gusto o un tweet descalificador publicado muchos años atrás. «Todo lo que se necesita es tener un día particularmente malo, y las consecuencias podrían durar tanto como Google», subrayó el columnista en una nota para el NYT.

Para ampliar: «10 Theses About Cancel Culture» (Publicado por Ross Douthat en The New York Times el 14 de julio de 2020).

¿Dónde está el límite?

Noam Chomsky, uno de los signatarios de la carta publicada en la Revista Harper’s. Foto: Andrew Rusk

Como se detalló previamente, no existe una postura unánime sobre la cultura de la cancelación, sus límites o posibles consecuencias. Mientras que para unos constituye la herramienta que permite a minorías largamente excluidas actuar sobre los temas que las interpelan, para otros consiste en un falso activismo, que aumenta la intolerancia y atenta contra los principios liberales de las sociedades modernas.

En opinión de la columnista y escritora Nesrine Malik, se trata «simplemente de viejas elites que pierden poder en la era de las redes sociales», mientras que parte de las denominadas «turbas digitales» son, según su análisis, personas que jamás lograron influir en conversaciones sobre su propia realidad. «Lo que realmente ocurre es que un grupo de personas influyentes está lidiando con el hecho de que han perdido el control sobre cómo su trabajo es recibido e interpretado. Algo viejo constantemente amenazado por algo nuevo», resaltó Malik en una nota publicada en el medio inglés The Guardian.

Bajo este punto de vista, en una sociedad en la cual la participación cultural es cada vez mas democrática (o al menos, intenta serlo), la negativa a participar también se vuelve importante. De acuerdo con la lingüista norteamericana Anne Charity Hudley, la cancelación es un boicot ejercido contra personas en lugar de sobre empresas, que promueve la idea de que las minorías tienen el poder de rechazar las partes de la cultura pop que defienden ideas nocivas. «Si no tienes la posibilidad de frenar algo a través de la política, lo que puedes hacer es negarte a participar», aseguró en una entrevista con Vox.

Es decir, desde esta perspectiva la cancelación resulta una especie de «correctivo político», ejercido por colectivos minoritarios ante la impotencia de reconocer que no cuentan con el poder necesario para modificar la desigualdad estructural que los oprime. Se diferenciaría, en este sentido, de otras modalidades de vergüenza pública ejercidas por trolls o haters en redes sociales. En palabras de Hudley: «cuando ves a la gente cancelando a Kanye [West] y a otras personas, es una forma colectiva de decir ‘elevamos tu estatus social y tu progreso económico, pero ya no vamos a prestarte atención como alguna vez lo hicimos’… quizás no tenga poder, pero el poder que tengo es de ignorarte».

Sin embargo, si bien la cultura de la cancelación es frecuentemente experimentada por figuras públicas, éstas quizás sean las personas más «inmunes» o resilientes al fenómeno. En otras palabras, difícilmente el público dejará de leer las novelas de Harry Potter sólo porque su autora, la aclamada escritora J.K.Rowling, fue repudiada por unos tweets que muchos usuarios consideraron tránsfobos. Las consecuencias pueden recaer, por el contrario, sobre quienes apoyaron a Rowling en la controversia, como es el caso de la escritora infantil Gillian Philip, que perdió su trabajo luego de twittear «#iStandWithJKRowling» (#yoapoyoaJKRowling).

Según Ross Douthat, esto ocurre debido a que el verdadero objetivo de la cancelación es generar normas aplicables para la gran mayoría de la población, que modifiquen las maneras de hablar o discutir. En este sentido, afirmó: «el objetivo no es castigar a todos, o incluso a muchos, sino que es avergonzar o asustar a suficientes personas para lograr que el resto se conforme». Por su parte, Suzanne Moore la compara con una especie de «falso activismo», que busca reemplazar el largo trabajo de persuasión y debate con una muestra de solidaridad efímera, sin costos reales.

Al respecto, resulta interesante retomar la postura de la activista y teórica feminista estadounidense Loretta Ross, quien en una nota publicada en el New York Times calificó a la cultura de la cancelación como «tóxica». «Existe una forma mucho más efectiva de construir movimientos de justicia social. Suceden en persona, en la vida real», señaló. «En la cultura de la cancelación, la gente intenta eliminar a cualquier persona con la que no esté perfectamente de acuerdo, en lugar de concentrarse en quienes se benefician de la discriminación y la injusticia.»

Estos últimos argumentos plantean un punto importante a la hora de analizar la cultura de la cancelación: ¿puede una persona realizar buenas acciones y, al mismo tiempo, tener pensamientos equivocados? aunque la respuesta es afirmativa, con frecuencia parecemos olvidarlo.

En esta línea, la idea de «cancelar» a alguien porque posee opiniones con las que no estamos de acuerdo (o que incluso, consideramos ofensivas) elimina la posibilidad misma de debate, persuasión e incluso, de cambio de opinión y reconocimiento del error. Sus efectos, en consecuencia, pueden resultar contraproducentes para la lucha que se persigue. Después de todo, quién puede asegurarse de estar 100% exento de la posibilidad de ser #cancelado? En palabras de Loretta Ross: «es posible que nunca conozcas a un miembro del [Ku Klux] Klan o enseñes activamente a personas encarceladas, pero todos podemos sentarnos con personas con las que no estamos de acuerdo para trabajar en la búsqueda de soluciones a problemas comunes«.

Para ampliar: «Why we can’t stop fighting about cancel culture» (Publicado por Aja Romano en Vox, el 30 de diciembre de 2019).

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