Un viaje a los campos de refugiados: entrevista a Joaquín Sánchez Mariño.

En febrero, el periodista y escritor Joaquín Sánchez Mariño* partió de la Argentina rumbo a Medio Oriente para cubrir la guerra civil en Siria, un conflicto que en los últimos nueve años produjo 500.000 muertos y más de 5,6 millones de refugiados. Pero en el medio del viaje el coronavirus cambió sus planes. En pocos días, las fronteras sirias se cerraron y su visa fue cancelada.

Tras estar unos días en Beirut, la capital de Líbano, viajó a la isla griega de Lesbos para documentar la situación en los campos de refugiados. Hoy, se encuentra varado en México DF e intenta regresar a su país, cuyas fronteras también están cerradas debido a la pandemia. En esta entrevista con Statu Quo, Joaquín nos cuenta todos los detalles de su travesía.

Foto: Joaquín Sánchez Mariño en Instagram (@joaquinsanchezm)

No es la primera vez que Joaquín Sánchez trabaja en situaciones de conflicto. Según relata en su web, en 2019 realizó coberturas en Venezuela, Chile y la Amazonia y se embarcó junto a Greenpeace en busca de pesqueros ilegales. Este año, sin embargo, decidió hacer realidad una proyecto que tenía en la cabeza desde hace mucho tiempo. «Siempre quise ser corresponsal de guerra y hace dos o tres años que venía con la idea de ir a cubrir la guerra en Siria, pero lo venía postergando. Este año dije chau, lo hago. Armé un proyecto de periodismo colaborativo, llamado Under Periodismo, para financiarme y poder hacerlo de manera independiente», comentó.

Tras obtener la visa de periodismo en Siria – toda una odisea – partió hacia Medio Oriente, aunque las cosas no salieron según lo planeado. «Cuando llegué al Líbano, a los dos o tres días se declaró la pandemia. A los cuatro días, me mandaron un mensaje desde la Embajada de Siria diciendo que se había revocado la Visa por esta situación. Ahí me empezó a caer la ficha por lo cual tuve que suspender el viaje y arrancar el regreso», detalló. «Los campos de refugiados en el Líbano cerraron y no se podía entrar por una cuestión de prudencia. Mi agenda con Naciones Unidas se canceló y la única alternativa que se me ocurrió fue la isla de Lesbos, que estaba en mis planes pero más adelante.

LESBOS: REFUGIADOS Y VIOLENCIA FASCISTA.

Luego de todos los imprevistos, Joaquín viajó a la isla griega de Lesbos, en dónde se encuentra el mayor campo de refugiados de Europa: Moria. A pesar de que sus instalaciones están preparadas para alojar a tres mil personas, en el lugar viven más de veinte mil. Se trata de refugiados que huyen de la guerra en Siria o de la violencia en Afganistán, Sudán y otros países africanos y de Medio Oriente; y que llegan allí con la esperanza de solicitar asilo en la Unión Europea. La bienvenida del viejo continente, sin embargo, es bastante cruel.

Para Joaquín, la situación en Lesbos es bastante tensa. Según nos cuenta, en 2015, cuando comenzó la crisis de refugiados en Europa, la bienvenida de los habitantes de la isla a quienes arribaban a la costa fue generosa. Sin embargo, con el tiempo la situación económica empeoró y comenzó a crecer un discurso violento y ultraderechista que hoy parece gobernar el lugar. «A partir de diciembre del año pasado empezó a haber una explosión de violencia muy grande. Grupos de locales prendieron fuego la sede de la ONG “One Happy Family”, incendiaron un campo de refugiados de Naciones Unidas en el norte, atacaron a los voluntarios, le destrozaron los autos», detalló.

El auge del discurso de ultraderecha y de tinte neonazi se da en todo Europa, y Lesbos no es ajena a él. En un análisis personal, Joaquín lo conecta con la geopolítica y la crisis económica. Por un lado, junto con los refugiados llegaron a la isla una oleada de voluntarios que provocaron una suba de precios y un aumento en el costo de vida. Además, los refugiados comenzaron a cortar los árboles de olivos para hacer leña, atacando uno de los mayores medios de subsistencia de los locales.

Por otro lado, la situación se vió agravada por la indiferencia europea y la irresponsabilidad de Turquía. «Desde el momento en que Europa cerró las fronteras, los refugiados que siguieron llegando quedaron varados en Lesbos. Si se les daba asilo, sólo podían ir a Grecia continental, por ejemplo a Atenas, o quedarse ahí. Realmente la capacidad de la isla está sobrepasada. Originalmente, en ella vivían ochenta mil personas. Que hoy haya cien mil y con tan alto porcentaje de refugiados que siguen llegando, entiendo que los afectó» subrayó Joaquín. A esto se suma la actitud del gobierno turco, que utiliza a los refugiados que están en su país para presionar a la Unión Europea en sus negociaciones. «Esa sensación de que los estaban cagando por todos lados fue lo que, creo, estalló la olla», agregó.

Como resultado, Lesbos parece haberse convertido en un lugar oscuro y repleto de miedo. Con la miseria de sus campos convive una población nativa asustada y sometida a una oleada de violencia extrema. «El coronavirus un poco cambió el panorama porque los tipos se metieron en sus casas, pero cuando yo llegué había puestos de control en todas las rutas, en los caminos, y si vos ibas con tu auto y no eras un local, y te hablaban en griego y no respondías en griego, no te dejaban pasar, te fajaban, te rompían el auto, había una situación de opresión absoluta», detalló Joaquín.

CORONAVIRUS, UNA AMENAZA LATENTE

Las condiciones en que las viven más de veinte mil refugiados ubicados en el campo de Moria son inhumanas. Están hacinados y sin medidas básicas de higiene. Es por eso que, para ellos, el coronavirus representa una amenaza aún mayor.

Según relata Joaquín, el protocolo elaborado por la Organización Mundial de la Salud para combatir el virus es impracticable. El aislamiento social es imposible y sólo quedan las campañas de concientización, que deben hacerse en varios idiomas ya que muchos refugiados no hablan inglés. Debido a la poca preparación del sistema de salud, un brote de Covid19 en la isla podría hacer estragos: «en Lesbos hay un solo hospital, hay seis unidades de cuidado intensivo con respiradores y creo que doce salas de aislamiento. La capacidad operativa del hospital es muy pequeña, por lo que la prevención es todo», explicó.

UN BALANCE FINAL

Dos cosas destacó Joaquín de su viaje hacia el final de la nota. En primer lugar, la desprotección absoluta en la que se encuentran los miles de refugiados que esperan obtener asilo en el viejo continente. «Europa los obligó a concentrarse en la isla, los obligó a hacinarse en un lugar mínimo porque no les quiere dar asilo, y ahora les pide que se aíslen y que estén a una distancia de un metro cuando es impracticable», explicó.

Pero además, el clima de tensión que se respiraba en Lesbos. A pesar de haber estado previamente en numerosos lugares de conflicto, aseguró haber sentido un ambiente denso, turbio, repleto de desconfianza. La antipatía de muchos locales llegó incluso a dificultar su trabajo. Al respecto, subrayó: «fue bien difícil, además la propia incomodidad de pensar sobre cuál es la manera más responsable de trabajar, ¿no? ¿acercarme o no acercarme? ¿entrar o no entrar? ¿contar o no contar? Todos esos dilemas complejizaron la cobertura, así que yo siento que fue para mí un primer desembarco».

Su conclusión es, en cierto sentido, una mezcla de emociones y paradojas: «es muy doloroso, muy impactante ver el aspecto real, concreto y material de una guerra. Eso es lo que uno ve ahí, gente que se fue de la guerra, que no puede volver a su casa y encima, y esto tal vez sea el mejor corolario de esta cobertura, lo veo justo en un momento en el que también lo vivo. En el que no puedo volver a mi casa, en el que tengo que vivir en carne propia lo que es estar sin hogar, sin trabajo, quemando la última plata que tenés. Digamos, tiene un punto que es incluso un poco poético».

*Joaquín Sánchez Mariño es escritor y periodista independiente. Su proyecto Under Periodismo y sus coberturas se financian en parte gracias al apoyo de la audiencia. Podés leer más sobre sus trabajos y las formas de colaborar en joaquinsanchezmarino.com/under-periodismo.

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